Por definición el ser humano es un ser proclive a aprender. Desde que nace necesita desarrollar la capacidad que le permitirá sobrevivir adecuadamente. Quien no aprende, no vive. Ese concepto se lo entiende en la mayoría de las actividades humanas, no obstante, cuando se llega al aspecto afectivo, mucha gente da por hecho que las respuestas han de ser automáticas.

A amar se aprende
El amor, quizá el aspecto más radicalmente distintivo de la raza humana, no es automático, se aprende. Es una respuesta afectiva producto de una serie de elementos donde el aprendizaje es la clave fundamental. Sócrates hablaba de la mayeútica de la verdad, en otras palabras, de extraer al modo de una partera, la verdad que habitaba en las personas.
Del mismo modo, es preciso descubrir las capacidades naturales que el ser humano tiene para amar y guiarlo para que se constituya en un ente adecuadamente equilibrado en su entrega de amor.

Los árboles necesitan ser guiados o crecen chuecos o torcidos, del mismo modo los afectos, han de ser orientados para que no culminen siendo algo diferente a lo adecuado.

La tekné griega
Los griegos hablaban de la tekné, es decir, de la técnica o el arte que permitía practicar la virtud y descubrir el bien hacer de las cosas. Todo tenía una forma adecuada y había que descubrirla. Era lo que denominaban el "arte de la vida". En este espectro de aprendizaje no escapaba el amor. Platón (428-347 a.C.) en su diálogo El Banquete no pretende dar un discurso sobre el amor, sino enseñar a amar.

La noción de saber se estructuraba a partir de esa vieja máxima de Sócrates: "Conócete a ti mismo", sin ese conocimiento no era posible ningún otro. La interacción con la sociedad estaba mediatizada por el conocimiento de sí mismo. La interioridad y el cultivo del mundo interior eran fundamentales en la comprensión de la realidad.

El cambio moderno
Sin embargo, en la modernidad se cambió el eje. Con Descartas el foco de atención pasó de la interioridad al conocimiento abstracto, el conocer por conocer, la información pura y sin relación con la subjetividad propia.

En ese sentido Michael Foucault (1926-1984), el filósofo francés en su libro La hermenéutica del sujeto (México: Fondo de cultura económica, 2002), señala que: "entramos en la edad moderna (quiero decir que la historia de la verdad entró en su período moderno) el día en que se admitió que lo que da acceso a la verdad, las condiciones según las cuales el sujeto puede tener acceso a ella, es el conocimiento, y sólo el conocimiento”.

Eso privó al individuo del cultivo de su interioridad. El énfasis moderno dio un giro que cambió la perspectiva y nos tiene así desde entonces, en la búsqueda del dato, en la ingenua impresión que es simplemente "conocer" para "saber", creyendo con eso que con el dato es suficiente para aprender.

El aprendizaje del amor
Lo cierto es que para aprender a amar, "saber la teoría del amor" no es suficiente. Se aprende a amar en primer lugar cuando los que enseñan a un niño abrazan sin condiciones. Cuando aceptan sin recriminaciones. Cuando fomentan el autoaprecio sin estridencias de ningún tipo.

El amor se cultiva en el contexto de la dignidad, del aprecio, de la tranquilidad afectiva, del compromiso incondicional del que dice amarnos. En otras palabras, la infancia es radical para que el individuo aprenda el ejercicio de amar. Cuando existen carencias en tal sentido, el individuo estará baldado el resto de su vida, cojeando emocionalmente aunque no se de cuenta que algo falta.

La escuela del amor
Leo Buscaglia (1924–1998) enseñó que el amor y el aprendizaje van de la mano. En su libro Vivir, amar y aprender, señaló sin ambigüedad que sin educación, el amor es simplemente una utopía. Mientras ese concepto no se entienda a cabalidad, muchos seguirán siendo analfabetos emocionales, ignorantes de sus propios procesos afectivos y desconocedores de la necesidad de aprender el ABC de la vida amorosa que no consiste en escuchar discursos, sino en reproducir actitudes que generen confianza, seguridad y compromiso.
Es probablemente el mayor aporte de Daniel Goleman con su Inteligencia emocional, convencernos que hay un área donde se incapaz cuando no se ha educado adecuadamente.

Pareja y aprendizaje del amor
Una investigación realizada en Londres y dirigida por Marc A. Brackett, de la Universidad de Yale, se reclutó a 180 parejas jóvenes (de una edad media de 25 años). Todos se sometieron a un test de inteligencia emocional y se demostró que quienes daban un más alto porcentaje en los cuestionarios de inteligencia emocional, demostraban tener una mayor satisfacción y sentimientos de felicidad en sus parejas.

Por lo tanto, quien no aprende a amar, reprobará en una de las experiencias más significativas de la vida: La vida en pareja. No es cosa de poca monta procurar ser formados en este aspecto tan importante. Una relación de pareja se construye, por tanto, la inteligencia emocional juega un papel básico para fundar una buena construcción del vínculo, tal como han demostrado María Elena López y María Fernanda González en su libro Inteligencia en pareja: un encuentro entre la razón y la emoción.

Conclusión
A amar se aprende, no es automático ni genético, se precisa de formación que parte fundamentalmente en la infancia y luego se va proyectando a lo largo de la vida. No se logra equidad, equilibrio, estabilidad, dignidad y respeto sin aprendizaje y esos son aspectos esenciales del amor.

Autor:
Miguel Angel Nuñez