Se miran. No dicen nada. Es como si se les hubiera secado la vertiente del amor. Hace mucho tiempo que todo es rutina. Un día acompañando al otro, sin más motivación que terminar rápidamente ese día para comenzar otro. Es la triste realidad de miles de parejas. Cuesta creer que algunas personas estuvieron en algún momento tan enamorados que no podían despegarse uno del lado del otro.

El amor es como una planta delicada -dijo alguien- y hay que cuidarlo, porque de otro modo se seca y termina convertido en una fría maleza amarilla que se va muriendo poco a poco.
Pasa la emoción del primer encuentro, del contacto silencioso de dos personas que comienzan a conocerse viene el verdadero desafío que consiste en comenzar a vivir. Si, eso, vivir. Porque la vida real, la que vale la pena, se vive en compañía y no de manera solitaria y silenciosa.

Sin embargo, no funciona como en las películas de Hollywood, donde pareciera que todo se soluciona con un beso. Hay que construir. Es preciso enfrentar los miedos aprendidos. Hay que darse el tiempo para construir una relación. Ladrillo a ladrillo, el edificio de la relación de pareja se hace día a día, momento a momento, con paciencia y con una gran cuota de tolerancia y la convicción de que nadie es perfecto. Sólo es un ser humano que ha decidido transitar el camino junto a nosotros. Vivir es construir una relación con otra persona que eligió compartir su soledad con la nuestra, no para fundirse y hacerse una masa indefinida, sino para estar juntos pero no atados.