Al respetarlo, gozamos de mejor salud y bienestar.
No hay duda de que vivimos en un mundo vertiginoso. Las exigencias laborales y personales nos han empujado a correr de aquí para allá, tratando de coordinar horarios, satisfacer agendas recargadas y cumplir con compromisos familiares.
     Más allá de las consecuencias obvias relacionadas con el estrés y los cambios de humor, el cuerpo es el que termina pagando la cuenta. Los médicos informan un creciente número de casos de agotamiento físico e insomnio, que desencadenan otras enfermedades más serias, como afecciones cardíacas, diabetes o, incluso, cáncer. “Quemar la vela por las dos puntas” termina siendo una metáfora de la vida alocada que llevamos. ¿Cómo evitar que el tiempo y la salud se nos escurran como arena entre los dedos?
     La clave está en no permitir que las circunstancias externas nos marquen el ritmo, y así podremos comenzar a respetar los ritmos internos de la vida. Una de las características más notables de los seres vivos es que están sujetos a biorritmos; es decir, a oscilaciones periódicas de sus funciones vitales. Cada día se producen oscilaciones rítmicas, como la que rige nuestros períodos de sueño/vigilia o la secreción de hormonas como los corticoides, que alcanzan su máximo a las diez de la mañana.
     Pero, además de estos biorritmos circadianos, hay otro más extenso. El Dr. Franz Halberg, de la Universidad de Minnesota, científico conocido como el “padre de la cronobiología”, fue el primero en acuñar el concepto de ritmo “circaseptano”, de siete días.
     Las investigaciones han descubierto diferentes condiciones en las que los humanos tienen períodos de ascensos y descensos durante este ciclo de siete días. Estos períodos incluyen el ritmo cardíaco, la presión arterial, la temperatura corporal, la temperatura en las mamas, la química y el volumen de la orina, la proporción entre dos importantes neurotransmisores como la norepinefrina y la epinefrina, y el flujo de diferentes químicos corporales como la hormona cortisol, que es la responsable del manejo del estrés. Incluso, un simple resfrío es circaseptano.
     Algunos cronobiólogos consideran que este biorritmo –el del séptimo día– puede revelar que el organismo necesita cierta pausa como un estímulo para continuar viviendo.
     Pero ¿por qué un período de siete días? El ritmo circadiano de 24 horas es más lógico, porque se guía por los fenómenos astronómicos. Para conocer las razones de este ciclo de siete días, debemos remontarnos a los orígenes del hombre. La Biblia dice que Dios creó al mundo y todo lo que en él hay en seis días y, “al llegar el séptimo día, Dios descansó porque había terminado la obra que había emprendido” (Génesis 2:1).
     Dios no solo estableció este período, sino también dejó instrucciones para que el ser humano respetara este ciclo circaseptano de seis días de trabajo, descansando el séptimo día, el sábado: “Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el día séptimo será un día de reposo para honrar al Señor tu Dios” (Éxodo 20:9, 10).
     Pensando en nuestra felicidad, Dios creó este ciclo de actividad y reposo, porque “el sábado se hizo para el hombre” y su bienestar, dijo Jesucristo (S. Marcos 2:27). Respetar tanto el ciclo de descanso diario como el semanal hará que renueves tus fuerzas físicas, porque Dios desea que “goces de buena salud, así como prosperas espiritualmente” (3 S. Juan 1).
     Dios tiene en alta estima nuestro cuerpo: “¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo?” (1 Corintios 6:19). Por lo tanto, nos ha regalado la bendición del descanso sabático, para renovar nuestras fuerzas físicas, mentales y espirituales.
     Si cumplimos su mandato y observamos el descanso sabático, esta es la promesa: “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Isaías 40:29)

Marcos G. Blanco.