SALMO
107:2 LA BIBLIA AL DÍA.
Como
el lomo de un buen libro, las cicatrices, por su verdadera naturaleza, implican
que hay una historia para contar. Representan una arruga en el transcurso del
tiempo en que la vida de una persona ha cambiado para siempre. Sirven como
recordatorios permanentes de un incidente que, de una manera u otra, ha
provocado una impresión
indeleble
en la vida de alguien. Travis se levanta la pierna del pantalón para mostrarnos
el lugar donde dos balazos traspasaron su piel durante la Guerra de Corea.
Melanie lleva una cadena de oro justo sobre la incisión que le hicieran en su
delicado cuello para salvarla del cáncer de tiroides. Justo debajo del borde de
los pantalones capri de Gayle, están las señales de la cirugía de rodilla que
le hicieran para extraerle un tumor. A través del maquillaje de Beth puede
verse la sombra de una cicatriz producto de una relación con un novio abusivo.
Bajo la manga de la camisa de Raquel se esconde el diario recordatorio de su
intento de suicido unos diez años antes. Como mostrando un trofeo, Bobby, con
sus cuatro años de edad, nos muestra la cicatriz en su rodilla lastimada, como
si fuera una medalla al valor.
Cada
cicatriz representa un momento en el tiempo o un pasaje en el tiempo cuando
algo nos sucedió a nosotras o a través de nosotras, y que no vamos a olvidar
jamás.
Yo
misma tengo varias cicatrices en mi cuerpo, y cada una de ellas nos cuenta una
historia. Una de ellas se encuentra justo en el medio de mi frente. Me la gané
en el tercer grado. En mis primeros años de vida, fui una niña muy traviesa,
ruda y pendenciera. Me gustaba trepar a los árboles, tirar piedras al agua y
dejar las huellas en el asfalto con mi bicicleta. Tengo otras cicatrices en mi cuerpo. Una de
ellas en mi pierna derecha sobre el tobillo. La llamo la cicatriz de la
desobediencia. Tengo numerosas historias sobre cicatrices. Hay una en mi labio, al
desobedecer (otra vez) y tratar de cruzar una transitada
calle
para ver a mi mejor amiga…sólo para caer sobre un clavo que perforó mi labio.
Hay otra en mi rodilla de cuando una vez atropellé un auto estacionado mientras
andaba en mi bicicleta sin prestar atención por donde andaba. Hay otra en mi
frente por punzarme
accidentalmente
con el lápiz en el primer grado, y romper la mina al tratar de quitarlo. Hasta
el día de hoy tengo la mina del lápiz incrustada.
Pero
algunas otras cicatrices en mi cuerpo no son tan graciosas. Por ejemplo, hay
dos pequeñas cicatrices justo bajo mi ombligo. No son el resultado de tratar de
colgarme ningún ornamento, sino por una cirugía de exploración laparoscópica
para tratar de entender por qué no podía concebir. Me recuerdan los tiempos en
que mi esposo Steve
y yo nos enfrentamos al problema de la infertilidad y la pérdida de un hijo.
Luego está la cicatriz en mi seno derecho que me recuerda las semanas de espera
y ponderaciones acerca de si la muestra que habían extraído era benigna o
maligna. No, no todas las cicatrices son graciosas.
Quizás
las cicatrices más dolorosas que poseo son las que no se pueden ver. Tú sabes a
qué me refiero. Todas las tenemos. Son las cicatrices en nuestro corazón y en
nuestra alma. La cicatriz por el rechazo de un padre que no sabía cómo demostrarnos
su amor. Las cicatrices de crecer en un hogar lleno de alcohol y abusos
físicos. Las cicatrices de la desilusión al perder un hijo. La cicatriz de los sueños
rotos. Recibimos cicatrices en una de dos maneras: Lo que nos han hecho otros o
lo que nos ha pasado como resultado de nuestros propios errores y faltas. De
ambos modos, yo creo que las cicatrices son algo que no tenemos que esconder o
de qué avergonzarnos, sino una invitación a compartir el poder sanador de
Jesucristo en un mundo doliente. Porque una cicatriz, por su propia definición,
significa que hay cura.
Quizás,
nunca has pensado en las heridas de tu vida como tesoros potenciales. Yo te
aliento a que escarbes un poco más profundo en tu interior, que dejes de lado
la tierra y llegues a descubrir las joyas que yacen bajo la superficie. Como
diamantes que relucen,
brillantes
rubíes y llamativas esmeraldas, nuestras cicatrices son hermosas para Dios.
Libro "Tus cicatrices son hermosas para Dios"
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