"Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridad, que obedezcan, que están dispuestos a toda buena obra, que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres" (Tito 3:1, 2).

La gente que pasa tiempo en la cocina puede dividirse en dos grupos: los que usan trapos para lavar la loza y los que usan esponjas. Me madre solías lavar la loza con un trapo de cocina. Eso fue antes del invento de las esponjas sintéticas. Mi esposa, generalmente, usa una esponja sintética. Las esponjas son muy absorbentes y se usan para toda clase de objetos en la casa. Cuando algún líquido se vuelca, decimos: "Sécalo con la esponja".
Las personas son como esponjas. Absorbemos todo aquello con lo que entramos en contacto. Por eso, Jesús oró porque aunque sus discípulos estén en el mundo no sean del mundo (Juan 17:15, 16). A menos que intencionalmente nos saturemos con el fruto del Espíritu, absorberemos, inevitablemente pensaremos en la forma en que piensa el mundo y entonces haremos lo que hace el mundo.
El fruto del Espíritu es un resumen del evangelio según Jesús. Mientras hay porciones de las Escrituras que son difíciles de comprender, las enseñanzas de Jesús no lo son. Sin embargo son, por sí mismas y en sí mismas, imposibles de poner en práctica en nuestras vidas sin la ayuda del Espíritu Santo.
En la lista del fruto del Espíritu, la mansedumbre, o humildad, es especialmente difícil de obtener por dos razones. La mansedumbre va en contra de lo que somos por naturaleza; y todo lo que aprendemos de la cultura contemporánea nos dice que, en la vida real, es ridículo ser humilde.
Probablemente ya haya notado que cada fruto del Espíritu está conectado con el siguiente. Estoy seguro de que hay una manera mejor de decirlo, pero sugiero que son "codependientes". Por eso, descuidar el cultivo de la mansedumbre y la humildad hace que el resto del fruto del Espíritu sea imposible de experimentar. El orgullo, que es lo opuesto a la humildad y es la madre de todos los pecados, destruye el fruto del Espíritu, haciéndolo inoperable.
Cuando Jesús y sus discípulos estaban en camino a Jerusalén por última vez, Jesús les explicó lo que ocurriría. "He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará" (Mar. 10:33, 34).
Hubo un silencio de asombro por un momento, mientras estas palabras de condenación se asentaron sobre el grupo. Parecía que cada discípulo estaba luchando con el pensamiento, tratando de descubrir su sentido. Ciertamente, hubiésemos esperado que uno de ellos se levantara con unas palabras de ánimo para el entristecido Jesús. "Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron, diciendo: Maestro, querríamos que nos hagas lo que pidiéremos. Él les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentimos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda" (Mar. 10:35-37).
¡Increíble! ¡Qué golpe para el corazón del Salvador! Si no estuviese registrado en la Biblia, sería increíble. Era como si estuvieran diciendo: "Oh, ¿realmente? Eso es bueno; pero ¿podrías hacernos un favor". Aparentemente, ellos no habían oído ni una palabra de lo que él había dicho. Si las hubiesen escuchado, habían estado pensando en él y en su tristeza; ellos estaban pensando en lo que les ocurriría a ellos. Después de tres años de paciente entrenamiento, ellos todavía creían que Jesús establecería un reino terrenal, querían obtener los cargos más altos que pudieran. Como siempre, estaban pensando en sí mismos.
Lo que Santiago y Juan hicieron sería comparable con el siguiente diálogo:
Usted: "Pastor, acabo de descubrir que tengo un problema serio. La semana que viene tengo que operarme, y eso llevará horas. Algunas veces, los pacientes no sobreviven. Pastor, estoy muy preocupado".
Pastor: "¡Qué bueno! De paso, esta noche quiero llevar a mi esposa a cenar a un buen restaurante. ¿Podría prestarme cincuenta dólares?"
Una persona podría decir que estos hermanos estaban sencillamente mirando por fe más allá del sufrimiento de Cristo, a su gloria futura. Eso puede ser, pero parece más probable que su pedido fuera una evidencia de su insensibilidad a lo que Jesús acababa de decir, y un testimonio de los extremos a los que la gente orgullosa puede llegar para ponerse a la cabeza de la fila.

¿Quién es el mayor?

No era la primera vez que los discípulos habían tropezado con la pregunta acerca de quién obtendría los cargos más prestigiosos en el Reino de los cielos. Algún tiempo antes, habían preguntado: "¿Quién es el mayor en el Reino de los cielos?"
Jesús respondió llamando a un niñito. Y poniéndolo en medio de ellos, dijo: "Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humilla como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humilla como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos" (Mal. 18:3, 4).
¿Humillarse como un niño? Seguramente esto no significa patear y gritar cuando no conseguimos lo que queremos, o pelear con nuestros hermanos y hermanas. Ya hacemos esas cosas; esto no es un concepto nuevo. No, Jesús no estaba diciendo que debían hacer lo que hacen los niños, sino que debemos ser como niños. Ellos dependen de sus padres para su misma existencia. Así que, poniendo el yo a un lado, debemos depender de nuestro Padre celestial para todo lo que somos. Pero, mientras los niños oportunamente crecerán y ya no necesitarán que sus padres los cuiden, nosotros necesitaremos tanto a Jesús dentro de treinta años como lo hicimos el primer día que le entregamos nuestra vida.
Cierta vez, Jesús relató una parábola acerca de un fariseo y un cobrador de impuestos.
"A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
"Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
"Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se ensalce, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido" (Luc. 18:9-14).
La gente que estaba escuchando la historia bien pudo haber visto algo semejante que ocurriera en ese tiempo. Las palabras del fariseo eran lo que algunos llamarían "autoconversación positiva". Lo que él quería decir era: "Dios, mírame. He llegado. No te necesitaré más".
Cuando Jesús dijo: "Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad" (Mat. 5:5), estaba hablando acerca de la relación de una persona con Dios. Los mansos nunca dejan de reconocer su dependencia de Dios. Por otro lado, los orgullosos creen que superaron esa etapa.
¿Has considerado alguna vez el movimiento de "estima propia"? La premisa es que no podemos amar a Dios o a nuestro prójimo hasta que nos amemos a nosotros mismos. La estima propia crea un nuevo orden de relaciones que me pone a mí primero, a Dios segundo y luego todos los demás, como terceros. Esta filosofía efectivamente acalla el tema de la mansedumbre y la humildad, porque ignora la orden de nuestro Señor de buscar primero el Reino de Dios y su justicia. Segundo, hace que Filipenses 2:3 no tenga ningún efecto: "Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo" (la cursiva fue añadida). El centro es yo, mi y mío; y esto no solo influye sobre el hogar sino también sobre la iglesia.
En su famoso discurso inaugural en 196, el presidente John F. Kennedy desafió a la Nación: "No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que puedes hacer por tu país". Solíamos ir a la iglesia para adorar a Dios y aprender cómo servirlo. Ahora, es como si fuera: "No preguntes lo que puedes hacer por la iglesia, sino pregunta lo que la iglesia puede hacer por ti".
Es frecuente escuchar que la gente dice que está buscando una iglesia que atienda a sus necesidades. Como resultado, muchas iglesias parecen modificar su eje, alejándolo de Dios y su gloria, y están concentrando su atención en lo que el mundo de los negocios llama el "consumidor". En la actualidad, oímos hablar acerca de cómo "vender" el evangelio a fin de atraer a la gente. Los cultos de adoración se concentran, en forma creciente, en atraer a cierto grupo meta de mercado, ya sea los jóvenes, los recién casados, los ancianos o alguien entre medio. El objetivo es agradar a los adoradores, en vez de Aquel a quien se adora.
La cultura contemporánea está en desacuerdo con todo lo que representa el Reino de Dios. Para muchos, Jesús ha llegado a ser solo un ideal. Sus enseñanzas, aunque se admite que son devocionales, se consideran pasadas de moda y no realistas. Dicen que estaban destinadas a otro tiempo y lugar". '¿El que se humilla será exaltado'? Debe estar bromeando. Si no te exaltas a ti mismo, nadie más lo hará. ¿Cómo podrás salir adelante si eres humilde?" Y, para mostrar su desprecio por la idea misma de la humanidad, el mundo ha inventado un personaje llamado Walter Mitty. De acuerdo con la enciclopedia, "Mitty es un hombre manso y suave, con una vida vívida de fantasía. El nombre del personaje ha llegado a ser usado, en forma más general, para referirse a un soñador no efectivo". Esta es la idea que el diablo quiere que tengas respecto de la humildad.

Antídoto para el estrés

En contraste, el fruto del Espíritu Santo de la verdadera humildad es una respuesta a uno de los problemas más frecuentes de la humanidad actual. ¿Quién no ha escuchado hablar del estrés? ¿Quién no ha estado estresado en un momento u otro? Jesús ofrece el antídoto para el estrés. Lo encontrará en la mansedumbre y la humildad. Tal vez no lo haya considerado de este modo antes, pero note las palabras de Jesús: "Venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os hará descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga" (Mat. 11:28-30).
¿Cómo es este antídoto para el estrés? Los yugos facilitan llevar cargas. Cada uno de nosotros tiene cargas; y son todas diferentes. Pero, hay una carga que compartimos por igual, ¡y esa es la vida misma! La pregunta no es si llevaremos cargas. Jesús lo hizo. Él fue despreciado y rechazado, Varón de dolores y experimentado en quebranto. La pregunta es cómo las llevaremos.
¿Qué dice Jesús acerca de cómo podemos llevar nuestras cargas?
Él dice: "Aprended de mí".
Aprender... ¿qué cosa?
Aprender que "soy manso y humilde".
La mansedumbre puede no hacer que desaparezcan los problemas de la vida, pero los hará soportables.
En el tiempo de Jesús, no solo los bueyes llevaban yugos. La gente ponía yugos sobre sus hombros para llevar cargar pesadas. Jesús fue carpintero. Él sabía distinguir entre un yugo bueno y uno malo. Él sabía cuáles molestaban y cuáles eran apropiados para hacer que la carga fuera más fácil de llevar. Su yugo -es decir, su manera de llevar las cargas de la vida- es la mansedumbre y la humildad. Con estas cualidades del Espíritu, las cargas de nuestras vidas serán más fáciles de soportar.
Un espíritu manso y tranquilo no busca lo suyo, sino que deriva su verdadera satisfacción del servicio a los demás. La mansedumbre y la humildad mantienen las cargas de la vida por fuera, de modo que no las internalicemos. Nuestras cargas no somos nosotros, y nosotros no somos nuestras cargas. Podemos sufrir golpes fuertes, pero ellos no pueden dañar nuestro corazón o nuestra mente, porque lo que importa es quiénes somos.
"La mansedumbre es una virtud preciosa, que nos capacita para sufrir en silencio y soportar pruebas. La mansedumbre es paciente y lucha por sentirse feliz en cualquier circunstancia. Es siempre agradecida y eleva sus propios himnos de dicha, creando melodías en el corazón del Señor. La mansedumbre sufrirá desengaños y ultrajes sin vengarse".
Los que hemos participado en el rito de la humildad toda nuestra vida podemos pensar poco en la ceremonia mientras participamos en ella. Colocamos el agua, lavamos los pies, secamos la palangana y ponemos la toalla usada en el canasto, todo sin pensarlo. Agradecemos a la otra persona, tal vez tenemos una rápida oración con ella y volvemos al templo, para la Cena del Señor.
En el tiempo de Jesús, era considerado necesario que alguien lavara los pies de los huéspedes cuando venían de visita. Pueden imaginarse que, en un ambiente en el que la mayoría de la gente usaba sandalias, lavar los pies era más que una cortesía. Pero, los huéspedes nunca lo hacían ellos mismos; siempre lo hacía un siervo. Los siervos que lavaban los pies de otros eran considerados como muy inferiores en la escala social.
Cuando los discípulos se reunieron en el aposento alto, no habían previsto la presencia de un siervo. Como narra la historia, Jesús "se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido" (Juan 13:4, 5).
Que Jesús les lavara los pies ¡era impensable! Por esto Pedro dijo: "¡No me toques!" En otras palabras, "No te permitiré que te rebajes a la función de un siervo".
Unos pocos minutos más tarde, Jesús indicó: "Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis" (Juan 13:13-15).
Jesús no estaba desempeñando un rol cuando lavó los pies de los discípulos esa noche, hace tanto tiempo. Cuando él dijo que había dado un ejemplo, no estaba hablando acerca de la limpieza sino de la humildad. Los discípulos acababan de disputar entre sí acerca de quién sería el mayor en el Reino; y esta era la lección de Jesús para ellos. No era sencillamente para iniciar un rito que ahora realizamos cuatro veces por año; trataba de la humildad. ¡Esa es la importancia que Jesús atribuyó a este fruto del Espíritu!
"Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil. 2:5-8).

¿Debe Jesús llevar solo la cruz,
y todo el mundo quedar libre?
No, hay para cada uno una cruz,
y hay una cruz también para mí.-
Thomas Shepherd

Ser como Jesús es como intentar subir una montaña tan alta que nadie puede subirla solo. No podemos ser humildes, mansos y modestos, a menos que recibamos estas cualidades como fruto del Espíritu. Aun al cultivar estos dones, nunca podremos decir: "¿Han notado cuán humilde soy?" Si lo hiciéramos, seríamos como el hombre que escribió el libro La humildad y cómo la obtuve.
Hay una historia de dos patos y una rana, que vivían alegremente juntos en una charca en la granja. Como buenos amigos, los tres jugaban juntos en el agua. Cuando llegaron los días calurosos del verano, sin embargo, la charca comenzó a secarse, y pronto fue evidente que debían mudarse. Esto no era problema para los patos, que podían volar a otra laguna. Pero, la rana no podía moverse tan fácilmente. De modo que la rana consiguió un palillo, y sugirió que cada pato tomara en su pico un extremo y ella se colgaría en el medio, con su boda, mientras volaban a otra charca.
El plan funcionó bien. Tan bien que, mientras volaban, un agricultor miró hacia arriba admirado, y meditó en voz alta: "Bueno, ¡qué idea ingeniosa! Me pregunto quién la pensó". Entonces, la rana orgullosa pronunció sus últimas palabras: "Yo lo hice".
Esa historia me recuerda el texto: "Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu" (Prov. 16:18). En nuestros corazones, en nuestros hogares y en la iglesia, necesitamos recordarnos a menudo las palabras de nuestro Señor: "Soy manso y humilde de corazón".
La mansedumbre no es hacer. La mansedumbre es ser.

Para meditar

1. Enumera varias maneras en que la mansedumbre cambiaría el ambiente en tu casa.
2. Piensa en tres personas que conoces que son humildes. ¿Cómo reconoces su humildad?
3. Considera seriamente si estás dispuesto a que el Espíritu Santo te conceda el fruto de la mansedumbre.