Imaginemos la reconstrucción policial de las últimas semanas de vi­da de Urías el heteo:
Inicio de la primavera: Bajo las órdenes de Joab, el ejército israelita se despliega contra los amonitas y sitia Raba, a unos setenta kilómetros de Jerusalén. El asedio se prolonga durante dos semanas. La víctima, Urías, forma parte de una unidad militar especial conocida por su lealtad y valentía. El principal sospechoso, el rey David, permanece en Jerusalén y está teniendo una aventura amorosa de una noche con Betsabé, la es­posa de la víctima.
Seis días más tarde: Betsabé envía un mensaje a través de un correo privado informando al rey que está embarazada.
Tres días después: Joab, el sospechoso cómplice de la conspiración, re­quiere a Urías, la víctima, que acuda al cuartel general. Allí le comunica que tiene que presentarse ante el rey David para que le presente un in­forme de la situación militar.
Motivo presumible: Por no existir la prueba de paternidad, el prin­cipal sospechoso le pide a Urías que permanezca en su casa durante un tiempo, con la finalidad de librarse de las posibles acusaciones de pa­ternidad. No se indica si la víctima está al tanto del encuentro del rey David con su esposa.
Cuatro días después: La víctima sale del campamento militar y viaja setenta kilómetros hacia Jerusalén. Urías entra en la ciudad y se dirige directamente al rey sin desviarse primero a su casa, la cual es visible desde el palacio real.
Allí, entrega su informe militar. El rey David lo anima a tomarse un permiso de unos días para quedarse en casa. Urías sale del salón de audiencias y es visto en los aposentos de los sirvientes del palacio. El rey envía a casa de Urías una costosa cesta de regalo acompañada de una nota de agradecimiento por sus servicios.
Motivo presumible: El regalo es tal vez un intento de aplacar a la víc­tima y ayudar a resolver la situación si Urías descubre que su esposa está embarazada.
A la mañana siguiente: Un siervo informa al rey de que Urías no re­gresó a casa, sino que pasó la noche en los aposentos del servicio.
Una hora más tarde: El rey reprende a Urías y le ordena que se vaya a su casa. La víctima se resiste, alegando que todavía está en servicio mi­litar activo.
Primera hora de la tarde: El rey invita a la víctima a cenar e intenta que se emborrache.
Motivo presumible: Si está ebrio, se olvidará de cumplir su servicio y volverá a su casa para pasar la noche con su esposa.
Tercer día en Jerusalén: Una vez más, un siervo informa al rey que la víctima no regresó a su casa, sino que pasó la noche en los aposentos del servicio.
Esa misma mañana: El rey envía a Urías de vuelta al frente de batalla con órdenes secretas para Joab. Este debe hacer que la víctima se sitúe en una posición donde quede expuesto a las armas del enemigo.
Tres días más tarde: Urías llega al campamento y entrega el pliego de órdenes secretas a Joab.
A la semana siguiente: Urías el heteo cae muerto en combate.

Personajes
Urías: Aquí se lo menciona como Urías el heteo. En la región de Israel, los heteos eran un grupo étnico que estaba vinculado de algu­na manera con los «estados» neoheteos del norte. Urías no era el úni­co heteo que sirvió a David. En 1 Samuel 26: 6 también se menciona a Ahimelec el heteo. Urías era uno de los guerreros especializados de David (2 Samuel 23:39; 1 Crónicas 11:41). Si Eliam, el padre de Betsabé (2 Samuel 11:3), es el la misma persona que se menciona en 2 Samuel 23: 34 como «Eliam, hijo de Ahitofel el gilonita», entonces Urías estaba emparentado con una familia israelita muy poderosa. Su suegro sería entonces también un guerrero especializado, hijo del apreciado conse­jero de David. Ello explicaría la proximidad de la casa de Urías al pala­cio. El nombre Urías es hebreo, y podría traducirse como «mi luz es el Señor» o «fuego del Señor». A pesar de ser heteo de nacimiento, por elección pertenecía al Dios de Israel. El origen étnico de Urías resalta el hecho de que Dios no mira lo externo, sino que conoce el corazón.
David: Al igual que en varias de las historias de este libro, David es el personaje principal. Sin embargo, aquí encontramos una faceta dis­tinta de él. No vemos el heroísmo de la batalla contra el gigante Goliat. No hay atisbos del pastor, el poeta o el músico. Ni siquiera es una his­toria de amor. Vemos aquí a un hombre que está corrompido por el po­der. El hecho de que esta historia esté registrada en la Biblia puede re­sultarnos sorprendente. También constituye un punto de inflexión en­tre el David idealizado y el David real, que había venido creándose un nombre a base de victorias y de logros continuos, pero a partir de ahí comienza una caída vertiginosa. A pesar de su arrepentimiento sincero, las consecuencias de sus errores afectarían a toda la nación.
Betsabé: En el relato bíblico Betsabé aparece como un personaje pa­sivo. El autor bíblico se contiene y no hace comentarios respecto a su responsabilidad o implicación. Parece que no era nada extraño o provo­cativo que se bañara en la azotea de su casa. El verbo hebreo que describe la acción de David en la que «tomó» a Betsabé es muy fuerte, lo que sugiere que la orden de David se podría entender como que la to­mó a la fuerza. La única vez en que Betsabé habla es cuando le envía un mensaje a David para informarlo de que está embarazada (2 Samuel 11:5).
Joab: Una vez más nos encontramos con el experimentado general de David. Al llevar a cabo las órdenes criminales de David, Joab se con­vierte en cómplice del asesinato de Urías.
Los siervos y el mensajero: En una época carente de un sistema postal público o de comunicaciones directas como el teléfono o el co­rreo electrónico, todas las comunicaciones se dan a través de la gente. Estos personajes son vitales para el desarrollo de la trama. Por lo tanto, a diferencia de lo que sucede en la comunicación electrónica, la gente puede leer entre líneas y dar paso a los rumores.

Información sobre el contexto
La guerra es terrible y rara vez arregla los problemas. Cuando finali­zan, la mayoría de las guerras llevan en sí mismas las semillas de otras guerras, ya que en muchos casos hay quienes quedan profundamente descontentos con los resultados. Por desgracia, las Escrituras contienen muchas referencias a guerras y batallas. Algunas habían sido ordenadas por Dios e implicaban la toma de la Tierra Prometida durante el perio­do de establecimiento. No obstante, muchas otras formaron parte del deseo humano de aumentar el poder y la influencia.
¿Sabía usted que Dios instruyó a su pueblo sobre los principios de la guerra? Pero no nos estamos refiriendo a la «guerra santa», un térmi­no que por cierto jamás es usado en las Escrituras. Las guerras que em­prendió el pueblo de Dios durante el Antiguo Testamento son las «gue­rras de Jehová» y no se deben confundir con las ambiciones imperialis­tas de los últimos reyes de Israel y Judá.
Deuteronomio 20 comienza con la afirmación de que Jehová, el Dios que sacó a Israel de Egipto, estará con su pueblo aun cando este se enfrente a ejércitos superiores provistos de máquinas de guerra más avanzadas (Deuteronomio 20:1). El capítulo no solo regula el servicio militar (exige, por ejemplo, que quienes hayan contraído matrimonio recien­temente o plantado una viña vuelvan a sus casas y no salgan con el ejército, pues ello disminuiría su compromiso con el país y con su fa­milia [Deuteronomio 20:5-9]), sino también los procedimientos a seguir cuan­do se enfrentan a una ciudad enemiga (o un ejército). Primeramente, se debe enviar una oferta de paz (Deuteronomio 20:10-12). Si es rechazada, la ciudad debe ser atacada y todos los hombres pasados por las armas. El sistema legal distingue entre las ciudades que se encuentran dentro de las fronteras de Canaán y las que se encuentran fuera. A causa de sus influencias idólatras, todos los habitantes de las ciudades cananitas to­madas durante el periodo de establecimiento debían ser exterminados (versículos 16-18).
También hay leyes específicas respecto a cómo sitiar una ciudad (vers. 19, 20). Por ejemplo: no se deben cortar los árboles frutales por­que, durante el cerco, estos proveerán de alimentos al ejército israelita.
La guerra es terrible y destructiva. Aunque Dios aprobó algunas gue­rras específicas durante la teocracia y la monarquía teocrática del perio­do del Antiguo Testamento, él no ha dado justificación alguna para in­vocar cualquier «guerra santa». De hecho, él debía ser reconocido como el Guerrero divino que garantizaba la existencia continua de Israel. Es­to, sin embargo, estuvo sujeto al compromiso del pueblo. En el Nuevo Testamento Dios se hizo vulnerable al venir a la tierra como el hijo de un humilde carpintero. No tuvo ni guardaespaldas, ni guardia pretoriana. Ninguna división o legión protegió su llegada o su ministerio. Me­diante su humilde servicio, conquistó los corazones y derrocó gobier­nos. Finalmente, su sacrificio obtendrá la victoria en el gran conflicto entre Dios y Satanás.

Acción
Aunque nos enfocaremos en Urías, la historia gira alrededor del per­sonaje de David. La acción adúltera de David empieza y termina con una guerra contra los amonitas. El relato comienza en 2 Samuel 11. Allí David se queda en casa mientras el resto de su ejército, con Urías, mar­cha hacia Raba. Mientras el ejército Israelita cerca la ciudad, Satanás cer­ca el corazón de David. A diferencia de la ciudad, que resiste durante más de un año, David capitula de inmediato. El resto del capítulo 11 detalla los intentos de disimulo de David quien, al final del capítulo, parece haberlo conseguido. Parece que David ha cometido el crimen perfecto. Sin embargo, la última línea del capítulo nos revela la impre­sión divina del drama que se ha desarrollado: «Lo que David había he­cho le desagradó al Señor» (2 Samuel 11:27, NVI).
El capítulo 12 empieza con el profeta Natán relatando una historia que incluye la exposición de los pecados de David. En ella se describe la primera consecuencia de su pecado: la muerte del hijo de Betsabé. Sin embargo, la historia también habla de perdón, y menciona el naci­miento de otro hijo. Finalmente, alcanza su desenlace con el regreso de David a Jerusalén.
Se trata de una historia de acción en la que hay guerra, un adulterio, el viaje de ida y vuelta de más de cien kilómetros de Urías, su asesina­to, el nacimiento y la muerte de un niño, y la conquista final de la ciu­dad. El autor resume o menciona todos estos intensos acontecimien­tos en una o dos líneas. En lugar de centrarse en los actos materiales y describirlos en detalle, el autor nos arrastra hábilmente a analizar las interacciones entre los personajes principales.
Nuestra historia se centra especialmente en el diálogo que se establece entre David y Urías. Como lectores, sabemos por qué David requiere a Urías y por qué se esfuerza tanto en hacer que visite a su esposa. Sin em­bargo, Urías cree que está comunicando un informe militar. El modo en que está escrita la historia es en cierta manera similar al de Job. En el capí­tulo inicial de Job los lectores también somos llevados tras bambalinas y se nos permite ser testigos de una parte de la lucha cósmica entre Dios y Sa­tanás. Después vemos que Job sufre y lo pierde todo, mientras se pregunta por qué todo le sale tan mal. No tenemos acceso a los pensamientos de Urías respecto al comportamiento de David, en especial en el segundo día, después que Urías demostró su lealtad al rey y al país durmiendo con los siervos y soportando las ofensivas acusaciones del rey. Con todo, Urías muere, siempre leal hasta el fin. Su sola historia es un inspirador ejemplo de fe y lealtad, y esto sin incluir el mensaje mayor del contexto.

En profundidad
Aunque Urías es presentado como uno de los hombres más podero­sos del rey (2 Samuel 23:39), el único lugar en el que lo encontramos, y de manera muy breve, es en el incidente más oscuro de la vida de David. Este, no obstante, entra en escena a través de su esposa Betsabé. Resulta curioso que después que esta es identificada con su nombre en 2 Samuel 11:3, el versículo 5 se refiere a ella como «la mujer», mientras que más adelante se le llama simplemente «la esposa de Urías». Aunque muchos han especulado sobre su papel en la historia, el autor no le imputa ninguna culpabilidad específica. Recordemos que se trata de una cultura en la que los derechos de la mujer estaban muy limita­dos. El hecho de que el autor deje de mencionar su nombre es un indi­cio de que no se trataba de una relación amorosa o una aventura, sino de una simple atracción física y lujuriosa por parte de David. El narrador bí­blico desea resaltar el hecho de que David ha olvidado quién es y de dónde viene. Ahora se ve a sí mismo como cualquier otro rey de las na­ciones circundantes. Cuando quiere algo, lo toma y punto. En cierto mo­do, se ve a sí mismo por encima de la Ley de Dios.
Tan pronto como se da cuenta de que sus actos han acarreado con­secuencias (Betsabé queda embarazada) David llama a Urías con el pre­texto de obtener noticias sobre la batalla (2 Samuel 11:6). A medida que la narración progresa, vemos claramente cómo David, quien ha sido el rey «modelo» de Dios, toca fondo (comete adulterio, miente, intenta sobornar, hace que un buen hombre se embriague para hacer que rom­pa un voto y finalmente, ordena su asesinato). Por supuesto, David no piensa en los resultados finales de su pecado. El cree que si puede lo­grar que Urías haga una breve visita a su casa, su acto de adulterio que­dará camuflado. Aunque algunos piensan que tal vez Urías escuchó ciertos chismes en el palacio real, la manera en que el autor recoge sus respuestas denota que él no tenía ni la más mínima idea de lo que ha­bía ocurrido. En sus encuentros con David, se comporta como un hom­bre de honestidad y lealtad inquebrantables.
Después de recibir el informe de la batalla, David envía a Urías a su casa. La expresión «lava tus pies» empleada en el versículo 8, podría ser una exhortación a que se pusiera cómodo y que por ende durmiera con su esposa, o tal vez es un eufemismo para indicar una relación sexual. En dado caso, parece que Urías entiende perfectamente lo que quiere decir David y lo menciona específicamente en el versículo 11. Aquí el rey abusa de su autoridad y de paso incita a Urías a que rompa la ley de Dios, que determinaba que los soldados debían estar ceremonial­mente limpios cuando iban a la batalla, dado que la presencia de Dios los acompañaría (Levítico 15:18; Deuteronomio 23:9-11). Por cierto, esta misma ley impedía que las mujeres hechas prisioneras fueran objeto de viola­ción o de abuso deshonesto.
Después que Urías abandonó el palacio, David le envió un regalo. Es interesante este detalle de que el regalo es enviado a posteriori. Tal vez David tenía el presentimiento de que si se lo daba personalmente, Urías encontraría la manera de rechazarlo. En efecto, la intención del regalo es colocar a Urías en una situación que lo obligue a obedecer los deseos del rey. Urías no es un hombre que se pueda comprar. En el mundo antiguo, el acto de dar presentes a menudo implicaba cierta obligación del que lo recibía hacia el que lo daba. Aun cuando David le envía un regalo para disuadirlo a que vaya a su casa, Urías no se deja comprar.
Después de enterarse nuevamente de que Urías no ha ido a su casa, David vuelve a reclamarlo ante su presencia. Su discurso es cualquier cosa menos cortés. En el versículo 10, el rey David es extremamente grosero. La situación escapa rápidamente del control de David. Queda frustrado. Urías lo pone en una situación comprometida. Ahora las pre­guntas de David hacia Urías son un ataque personal a su hombría. David, quien una vez fue un hombre de principios, ahora no es capaz de entender los principios de Urías.
Con la respuesta de Urías en el versículo 11 David se da cuenta de que tiene ante sí a un hombre al que no puede adular, sobornar, ni di­suadir a que traicione sus principios. El argumento de Urías es impeca­ble. Su respuesta demuestra que no es un creyente nominal, sino alguien que se ha identificado completamente con el Dios de Israel y con sus camaradas. Urías cree que aprovechar su situación para obtener comodidad o privilegios personales está mal. David, que había sido leal al rey Saúl mientras lo perseguía, no puede ver más allá del embro­llo y no entiende la lealtad y la fidelidad de Urías.

Urías inicia su réplica al rey David con la forma más visible de la presencia de Dios: el arca. En ocasiones, el arca acompañaba al ejército de Israel. Aunque este no era el caso en esta batalla en particular, Urías está convencido de que la presencia de Dios acompaña nuevamente al ejército de Israel. Si Dios mismo estaba involucrado en la acción militar y todos sus camaradas iban a dar la batalla, ¿qué derecho tenía él de to­marse unas vacaciones y hacerse impuro para tomar parte en la batalla que iba a seguir? Urías finaliza el versículo con una promesa vinculante de solidaridad hacia Dios y su ejército.
En los versículos 12 y 13 vemos que David, desesperado, trama una desagradable maquinación. Deliberadamente embriaga a Urías en un intento de que este traicione sus principios. Es interesante notar que las hijas de Lot recurrieron a la misma estratagema, lo que dio origen a los amonitas (Génesis 19:30-38), el mismo pueblo contra el que ahora se en­frenta el ejército israelita. Sin embargo, a pesar de tener el razonamiento debilitado, Urías rechaza comprometer sus valores y vuelve a pasar la noche entre los siervos del rey. Urías todavía desconoce el precio que tendrá que pagar por esto. Resulta extremadamente irónico que David no sea capaz como rey de dirigir a sus hombres a la batalla, sino que termina durmiendo con una mujer ajena; mientras que Urías, un ex­tranjero, sale a pelear las batallas de Israel y se niega a aprovecharse de una situación que le permitiría acostarse con su propia esposa.
David está desesperado por encontrar una solución, así que le envía un mensaje a Joab con la sentencia de muerte de Urías. La cruel ironía es que parece ser que fue el propio Urías quien le llevó la carta. El ver­sículo 17 declara con toda certeza que Joab cumplió las órdenes de Da­vid. A menudo Joab había mostrado poco respeto por las órdenes de David, pero en este caso parece que no titubeó, aun cuando parece ser que Urías era uno de sus mejores hombres.

David era muy versado en la estrategia militar. Una vez que su ejér­cito rodeaba una ciudad, solo tenía que tener paciencia y esperar a que se agotaran las provisiones. Entonces, cuando el ejército defensor esta­ba debilitado por la enfermedad y el hambre, el asediador procedía a atacar. El ejército asediador solía tener cuidado de no acerarse demasia­do a las murallas, de manera que no pudiera convertirse en blanco de los soldados que se encontraban sobre ellas.
Los mensajes que van y vienen entre David y Joab en los versículos 18 al 27 nos permiten hacernos una idea del tipo de hombre que David solía ser y la profundidad de la depravación a la que lo arrastró el pe­cado. David, quien parecía valorar la vida de sus soldados, jamás fue un general temerario que envió a sus tropas a misiones suicidas. Tal vez él no evaluó lo suficiente las consecuencias de matar a Urías. De haber­lo hecho, se habría dado cuenta de que era casi imposible deshacerse de él en una acción militar sin que ello también arrastrara a sus compa­ñeros de armas. De lo relatado en el versículo 23, parece ser que el men­sajero ignora completamente la necesidad de entender el estado de áni­mo de David y se limita a informarle que Urías, así como algunos otros hombres, ha caído muerto. La reacción de David es inesperada, sin re­mordimiento alguno, y el David que solía ser paciente llega al punto de sugerir que Joab dispuso una acción que acarrearía más muertes innece­sarias para el ejército israelita.

En el versículo 21, Joab incluye una interesante referencia a la ba­talla de Tebes. Si bien la historia recogida en Jueces 9 era conocida, y servía de advertencia sobre los peligros de acercarse demasiado a las murallas, la referencia a una mujer que mata a Ahimelec es interesan­te, pues parece apuntar al hecho de que Joab conoce o al menos ima­gina lo que sucede. Mientras David hace lo indecible por cubrir el es­cándalo e impedir que se haga público, Dios sabe toda la historia y no permanece callado.

Respuestas

Ser extranjero: En los tiempos de David, en el antiguo Oriente Próxi­mo, los extranjeros no la tenían nada fácil. Rara vez los países tenían embajadas o consulados en el exterior. Cuando se era extranjero se es­taba solo y sin protección oficial. Dado que los vínculos de sangre, la familia y las tribus eran tan importantes en los tiempos bíblicos, alguien que careciera de ellos se encontraba en una situación incierta.
En Israel los extranjeros no estaban expuestos a discriminaciones y abusos arbitrarios. Allí donde había prescripciones legales definidas que detallaban las desventajas políticas, económicas o culturales de ser extranjero, también había indicaciones de que estos podían formar parte de Israel en el sentido más pleno del término. Tenemos por ejem­plo a Rut, quien se convirtió en un elemento importante de la línea mesiánica.
Los extranjeros podían ofrecer sacrificios (Levítico 17:7; 22:18) y parti­cipar en las tres festividades principales (Deuteronomio 16:11, 14). Sin embar­go, no podían comer la Pascua a menos que estuvieran circuncidados (Éxodo 12:43, 48). Los extranjeros estaban sometidos a las mismas res­tricciones y obligaciones legales que los israelitas (Éxodo 12:49; Levítico 24:22), lo que representa un gran avance en relación a su entorno cultural y la política de la época, debido a la intervención específica de Dios. A fin de cuentas, los israelitas tenían que recordar que ellos también habían sido forasteros en un país extraño. Habían sido afligidos por la opre­sión, y Dios los instruyó para que jamás causaran el mismo sufrimiento a los extranjeros que vivían entre ellos (Éxodo 22:21; 23:9).
En un mundo globalizado en el que un importante número de per­sonas que se mueven entre culturas y países, es muy probable que quien vive en la puerta de al lado, compra en los mismos comercios que nosotros o se sienta a nuestro lado en la iglesia, sea un extranjero. ¿Nos hemos detenido a pensar cómo sería la vida si nosotros fuéramos extranjeros viviendo en otro país, con una lengua distinta, y echando de menos a nuestra familia, así como los sonidos y los sabores habitua­les de nuestra cultura?

Reacción
Chantal: El pecado no es justo. Es más grave e insidioso de lo que pue­do imaginar. En la historia de Urías, me horroriza todo el daño colate­ral del pecado de David (Urías, un buen hombre, muere junto a otros en una batalla ordenada por David para cubrir el escándalo). Imagine­mos a todas las esposas que perdieron a sus maridos y a todos los hijos que crecieron sin un padre. También está la muerte del recién nacido de Betsabé. Como parte de las consecuencias de los pecados de David, este tuvo que enfrentarse durante su reinado con una violación, un ase­sinato y una rebelión en la que cientos de personas perdieron la vida. Las malas decisiones de David y sus pobres habilidades como padre es­tablecieron la base de esos problemas. ¡Si tan solo David hubiera visto a dónde lo llevaría todo esto! Me pregunto hasta dónde llegarán las consecuencias de mis decisiones sobre mis hijos, mi esposo, mi familia y mis amigos. ¡Me estremezco de solo pensarlo!
Gerald: Después de haber vivido durante más de veinte años fuera de mi cultura y mi país natal, admiro a Urías el heteo. Al parecer él se identi­ficó verdaderamente con la cultura que lo acogió. Además de ser un sol­dado comprometido, era un fiel esposo y un gran partidario de su rey. Ser extranjero no es fácil. Yo aún no conozco bien el idioma. Aún no entiendo toda la cultura, sus tabúes, sus leyes no escritas y sus mecanismos. Quizá no comprenda sus valores más importantes y añore expresiones de afecto y amistad distintas (las que se suelen ver en mi casa). ¿Estoy dispuesto a adoptar una nueva cultura con el mismo celo que Urías? ¿Estoy dispuesto a hacer sentir como en su propia casa alguien que esté lejos de su tierra?