Jesús seguía hablando a sus discípulos sobre su pronta partida y su segunda venida, él sabia que su muerte era inminente y que después de resucitar y ascender al cielo, volvería por segunda vez.
Pero, sus discípulos no comprendía lo que Jesús les decía y ellos por el contrario a causa de sus palabras, se sentía aún mas preocupados e intranquilos.
Sin embargo, Jesús les animaba, hablándoles del Espíritu Santo que les acompañaría siempre, le ofreció su paz (completa y eterna) que es diferente a la paz que ofrece el mundo (momentánea y condicionada por las circunstancias), les llamó amigos y no siervos; les dijo que su tristeza se convertiría en gran gozo y que todo lo que pidieran al Padre en su nombre, lo recibirían y aun así el corazón de los discípulos seguía lleno de tristeza.
Y aun sabiendo lo que el sufriría por su muerte en la cruz y el abandono de aquellos que él amaba y llamó sus amigos pudo declarar: “Más no estoy solo, porque el Padre está conmigo”.
¿Cuántas veces nos encontramos solos, lamentándonos de nuestros problemas y somos incapaces de ver la necesidad de otros?
¿En cuántas oportunidades decimos verdades que hieren y no imitamos a Jesús al hablar?
¿Será que aun en los momentos mas difíciles, cuando los que amamos ya no están, cuando parece que estamos solos enfrentándonos a gigantes podemos declarar como Jesús, que Dios está con nosotros?
Dios, no determina su paz y amor para con nosotros por las circunstancias que estemos viviendo. Él es un Padre amoroso y fiel dispuesto a estar con nosotros siempre, en nuestras alegrías y tristezas, en nuestras victorias y derrotas. Aunque, no estén los que amamos a nuestro lado, aunque nos equivoquemos, a pesar de nuestros errores y malas decisiones.
¡…y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amen! Mateo:28:20 Ana de Arcia
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