Si alguien te preguntara: “¿Por qué amas a tu esposa?” o “¿Por qué amas a tu esposo?”, ¿qué dirías? La mayoría de los hombres mencionarían la belleza de su esposa, su sentido del humor, su bondad, su fortaleza interna. Quizá, hablarían de su capacidad para cocinar, su don para decorar o de lo buena madre que es. Probablemente, las mujeres dirían algo sobre lo atractivo que es su esposo o sobre su personalidad. Lo elogiarían por su firmeza y por su carácter estable. Dirían que lo aman porque siempre está allí cuando lo necesitan, Es generoso. Es servicial. ¿Pero qué sucedería si con el correr de los años, tu cónyuge dejara de ser todas estas cosas? ¿Seguirías amándolo? En función de lo que contestaste antes, la única respuesta lógica sería “no”. Si todas las razones por las que amas a tu cónyuge tienen que ver con sus cualidades (y luego esas mismas cualidades desaparecen de repente o con el tiempo) el fundamento de tu amor se esfuma. El amor sólo puede durar toda la vida si es incondicional. La verdad es la siguiente: al amor no lo define la persona amada sino la que decide amar. La Biblia se refiere a esta clase de amor con el uso de la palabra griega ágape.
Es distinto de las otras clases de amor: fileos (la amistad) y
eros (el amor sexual). Por supuesto, tanto la amistad como el sexo ocupan un
lugar importante en el matrimonio y forman una parte esencial del hogar e
construyen juntos como esposo y esposa. No obstante, si tu matrimonio depende
por completo de tener intereses en común o de disfrutar de una vida sexual
saludable, los cimientos de tu relación son inestables. El fileos y el eros son
más receptivos por naturaleza y pueden fluctuar según los sentimientos. Por
otro lado, el amor ágape es desinteresado e incondicional. Así que a menos que
esta clase de amor constituya el cimiento de tu matrimonio, el desgaste del
tiempo lo destruirá. El amor ágape es un amor que se manifiesta “en la salud y
la enfermedad”, “en la prosperidad y en la adversidad”, en buenos y malos
momentos. Es la única clase de amor verdadero. Esto se debe a que es la clase
de amor que Dios tiene. No nos ama porque lo merezcamos sino porque El es
amoroso. La Biblia dice: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como
propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10). Si Él quisiera que probáramos
ser dignos de su amor, fracasaríamos de manera lamentable. Sin embargo, el amor
de Dios es una elección que toma por su cuenta. Es algo que recibimos de su
parte y que luego transmitimos a los demás. “Nosotros amamos, porque Él nos amó
primero” (1 Juan 4:19). Si un hombre le dice a su esposa: “Ya no estoy
enamorado de ti”, lo que en realidad está diciendo es: “Para empezar, nunca te
amé en forma incondicional”. Su amor se apoyaba en sentimientos o
circunstancias en lugar del compromiso. Es el resultado de edificar un
matrimonio sobre el amor/íleos o eros. Los cimientos deben ser más profundos
que una simple amistad o la atracción sexual. El amor incondicional, el amor ágape,
no oscilará con el tiempo ni las circunstancias.
Sin embargo, no quiere decir que el amor que haya comenzado por
razones erróneas no pueda ser restaurado y redimido. Es más, cuando
reconstruyes tu matrimonio con el ágape como fundamento, los aspectos de
amistad y romance de tu amor se vuelven aún más atractivos que nunca. Cuando el
disfrute mutuo como mejores amigos y amantes tiene su fundamento en un
compromiso inquebrantable, experimentas una intimidad que no puede lograrse de
ninguna otra manera. No obstante, a menos que le permitas a Dios que comience a
cultivar este tipo de amor dentro de ti, lucharás y no lograrás alcanzar esta
clase de matrimonio. El amor que “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera,
todo lo soporta” (i Corintios 13:7) no surge en nuestro interior. Sólo puede
venir de Dios. Las Escrituras dicen que “ni la muerte, ni la vida, ni ángeles,
ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni
lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que
es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39). Es la clase de amor que
Dios tiene. Y por fortuna (si quieres) puede transformarse en tu clase de amor;
pero primero, debes recibirlo y transmitirlo. Y cuando tu cónyuge comience a vivir
cómodamente bajo su sombra, no debes sorprenderte si amarlo te resulta más
fácil que antes, Ya no dirás: “Te amo porque...” Ahora, dirás: “Te amo y
punto”.
El desafío de hoy
Haz algo fuera de lo común por tu cónyuge: algo que pruebe (tanto
a ti como a él) que tu amor tiene su fundamento en tu decisión y en nada más.
Lava su automóvil. Limpia la cocina. Compra su postre favorito. Dobla la ropa
lavada. Demuéstrale amor por la pura satisfacción de ser su compañero en el
matrimonio.
En
el pasado, ¿tu amor ha estado basado en los atributos y en la conducta de tu
cónyuge o en tu compromiso? ¿Cómo puedes seguir demostrando amor cuando no es
recíproco como esperabas?
Al que confía en el Señor, la misericordia lo rodeará. (Salmo 32:10)
Al que confía en el Señor, la misericordia lo rodeará. (Salmo 32:10)
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