Cuando Jesús desarrolló su ministerio el sábado ocupaba un lugar privilegiado en la vivencia espiritual de Israel. No había ninguna otra institución en las demás religiones de su entorno que tuviera una relevancia
semejante en la vida privada y publica de la comunidad. A diferencia de las mitologías paganas, que justifican de diversos modos la elección de un lugar santo un monte, un bosque, una fuente... para erigir un santuario, lo primero que las Escrituras de Israel designan con el apelativo de «santo» no es una montaña, ni un templo, ni un altar, ni un objeto existente en el espacio. La primera vez que la palabra «santo» aparece en la Biblia es para designar un día: «Bendijo Dios el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación» (Gén. 2: 3). Un día es también lo único que el Decálogo prescribe santificar: «Acuérdate del sábado  para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el
séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni el extranjero que está dentro de tus puertas, 11 porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el sábado y lo santificó» (Éxo. 20: 8). 

Un templo en el tiempo
En la memoria viva de Israel, la santidad del sábado, séptimo día de la semana, perdura porque fue consagrada por Dios mismo como la de un templo en el tiempo1 desde el principio de la historia sobre esta tierra (Gén. 2: 2, 3). Dios tiene importantes motivos para dar prioridad a la santidad del tiempo sobre la del espacio. El tiempo —trama de la vida— nos confronta de un modo inmediato al absoluto. La civilización proclama la indiscutible victoria del hombre sobre el espacio. Pero el tiempo permanece inexpugnable en cualquier cultura y en cualquier circunstancia. Podemos vencer las distancias, pero no podemos rectificar el pasado, retener el presente o sondear el futuro. El espacio puede ser transformado a nuestro antojo. Pero el tiempo —a la vez tan inmediato y tan inasequible— escapa a
nuestro dominio. Controlamos más o menos los lugares de los que nos adueñamos, pero el tiempo nos vence. Ocupamos el espacio, pero solo atravesamos el tiempo. Casi cualquier objeto del espacio puede convertirse en blanco de nuestra posesión. Pero el tiempo no se deja apresar. Jamás podremos dominarlo. Su realidad permanece fuera de nuestro alcance. Como Dios. Por naturaleza el tiempo participa de la eternidad y por ende tiene algo de sagrado.2
Por eso, el medio más eficaz a nuestro alcance para adorar a Dios y consagrarnos a él es reservarle tiempo. Porque dedicar un momento de nuestra existencia a un encuentro especial con el Creador, equivale a ofrecerle —aunque sea temporalmente— todo nuestro ser. De ahí que la ley divina estructure el ritmo de la vida sobre el principio de la gestión responsable del tiempo, en momentos reservados al trabajo o al reposo, a los quehaceres comunes o a la celebración, de acuerdo a una serie de ciclos temporales: el día, la semana, el mes, la estación, el año, el año sabático y el jubileo. La tradición bíblica, perfectamente viva en tiempos de Jesús, reserva dos momentos cada día por lo menos para la oración, de modo que, incluso estando sumergidos cotidianamente en nuestro devenir temporal, accedamos, aunque solo sea fugaz y  temporalmente, a la esfera de lo eterno.3 La repetición tarde y mañana del sacrificio perpetuo, prescrita en el ritual del santuario, e inscrita en la alternancia incesante entre el día y la noche, recuerda con particular intensidad ese deseo de permanencia (tamid quiere decir «siempre, continuo»), evocado también mediante la lámpara que brilla constantemente en el lugar santo.4 Estos atisbos de eternidad se presentan como un anticipo de la victoria sobre la temporalidad, al final de los  tiempos (Zac. 14: 7; Apoc. 21: 26).
Se podría definir el calendario ritual israelita como una «arquitectura en el tiempo».5 Todas las celebraciones tienen su momento oportuno, dedicado al único Señor del tiempo, y se inscriben en una perspectiva temporal. La trayectoria espiritual de Israel parte del recuerdo del día en que fue liberado de Egipto, y su esperanza está orientada hacia el día final, a la venida del Mesías.

Las normas que regulan la utilización del tiempo se basan en el principio de que la gestión de la vida, tanto en su dimensión material como espiritual, no se resuelve en la improvisación desordenada, a merced de las
circunstancias y los humores del momento, sino a imitación de Dios, en la previsión inteligente, la regularidad y el orden. Los seres humanos no podemos dominar el tiempo, pero tenemos que administrarlo. De ahí nuestra necesidad de aprender a disfrutar, e incluso a «redimir», el limitado tiempo del que disponemos (Efe. 5:16). Porque contra las quimeras del panteísmo y de la reencarnación, la Biblia enseña que el tiempo no está sujeto a un eterno retorno, ni a segundas oportunidades (ver Heb. 9:27). Según el libro de Génesis, la primera responsabilidad confiada al hombre es la de aprovechar el tiempo para mantener y transmitir, en las mejores condiciones posibles, la vida recibida (Gen. 1:28-30; 2:15). Como se anuncia  ya en su primera página, el trabajo forma parte del quehacer que Dios confía al ser humano, en medio del orden cósmico. Adán recién creado recibe la responsabilidad de la gestión de su entorno natural (Gén. 2:5,15).
En contra de lo que a veces se escucha, la maldición que atrae sobre sí el hombre con su transgresión (Gén. 3:17-19) no es el trabajo sino el sufrimiento. Por eso el trabajo como actividad constructiva sigue presente aún en las descripciones más idealistas que los profetas hacen de la tierra nueva (Isa. 2:4; Amos 9:13). Dios mismo aparece descrito en la Biblia como un activo artesano,6 que condena la pereza,7 alaba al hombre trabajador y a la mujer laboriosa (Prov. 22:29; 31: 10-31).
Por eso, el precepto «seis días trabajarás» con que empieza el cuarto mandamiento (Éxo. 20: 9), no es una mera introducción a la prohibición de trabajar el sábado.8 Es parte del mandamiento.5 Disponemos de seis días cada semana para nuestras tareas y un día para dedicarnos plenamente al reposo y a la adoración. Tanto la obligación como la devoción tienen sus momentos. El mandamiento insiste en «recordar» el día de descanso porque, por muy importantes que sean nuestras actividades, estas encierran muchas trampas, entre otras, la de hacernos olvidar a Dios, pensando solo en nuestras propias realizaciones. En todas las sociedades —incluidas las nuestras— existe el peligro de que el hombre (homo faber) se despersonalice
 en el trabajo y se con vierta en parte de una mera cadena de producción, o que al contrario, consciente de su poder, actúe como dueño absoluto de todo lo que tiene a su disposición. El sábado tenía la intención de operar una tregua permanente de armonía entre la creación y el Creador. El «trabajo» (melákhah) dejado aparte en sábado es el que altera el equilibrio entre nosotros y la naturaleza. Al abstenernos de trabajar, es decir, al dejar de perturbar el mundo físico y de forzar sus procesos, aprendemos a respetar a los demás seres y a liberarnos de las cadenas del interés material.10 «Ten cuidado» advirtió ya Moisés
hace treinta siglos:« Cuando Jehová, tu Dios, te haya introducido en la tierra que juró a tus padres [...], en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, con casas llenas de toda clase de bienes [...], luego que comas y te sacies, cuídate de no olvidarte de Jehová, que te sacó de la esclavitud de Egipto» (Deut. 6: 10-12). 
Del alivio al agobio
Por desgracia, con el paso del tiempo, la beneficiosa finalidad del sábado fue olvidada por la mayoría de los seres humanos. A la par que su observancia se iba haciendo formalista y descuidada entre los israelitas, unas
minorías estrictas llegaron a sacralizar el reposo sabático hasta el punto de idolatrarlo, apartándose así de su intención primera, transformado el día de alivio en un día de agobio. Durante el exilio en Babilonia, lejos del Templo, el sábado recobra una importancia especial como «espacio de encuentro ». Círculos religiosos bien intencionados, sin duda deseando preservar el reposo sabático de toda violación, tienden a rodearlo de un conjunto de reglas y prohibiciones que, paradójicamente, lo fueron privando de su función original. Al apartar la atención de su contenido de gracia y enfocarla sobre la noción de pecado, estos círculos en vez de enseñar a disfrutar al máximo del privilegio del sábado, se enredan en una interminable serie de cuestiones relacionadas con su transgresión: qué acciones están prohibidas, cuánto peso se puede transportar, qué distancia es lícito recorrer, etc. En fin qué es y qué no es «pecado» hacer en ese día. En tiempos de Jesús la carga de estas observancias había hecho olvidar a muchos el sentido liberador del sábado. Jesús tendrá que recordar a los fariseos, que por el camino del legalismo se desviaban de la intención primera del mandamiento. Jesús se reconoce señor de un sábado que libera y hace felices a quienes lo disfrutan (Mat. 12:8), no de un tiempo que esclaviza, frustra y atormenta, vivido como un sacrificio. Su sábado tiene la función de bendecir al ser humano. Ninguna abstención observada sin amor, por temor u obligación, puede convertir el reposo en un acto espiritual, independientemente del día en que uno lo observe.11 «El sábado fúe hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado. Por tanto, el Hijo del hombre es Señor aun del sábado» (Mar. 2:27,28). 
Esta declaración capital, tan trascendental para Cristo, sobreentiende que sin el sábado a los humanos nos falta algo. Por eso Jesús dedica especialmente ese día a devolver la salud al cuerpo y al alma (Mar. T. 27, 28; Juan 5:8,9). Su actitud humanitaria en sábado revela su intención de hacer bien. Recordando que el sábado no es un fin en sí mismo, sino un medio de bendición, Jesús se esforzará por devolverle la alegría perdida, y con ella, la posibilidad de disfrutarlo como una fiesta, en la plena armonía a la que Dios nos invita. El sábado de Cristo es la celebración de la libertad recuperada, y por lo tanto el signo más perfecto de la justificación por la fe, porque conlleva la interrupción de toda obra humana para dejar actuar únicamente
a Dios. Jesús se esfuerza por corregir las interpretaciones equivocadas referidas al día de reposo. Recordará que «el sábado fue hecho por causa del hombre y no el hombre por causa del sábado» (Mar. 2: 27). Al puntualizar que el sábado no es un fin en sí mismo sino que está a nuestro servicio, descarta innumerables tabúes asociados a su observancia, recordando que este día fue previsto para nuestro bien.12 Los textos del Nuevo Testamento no dicen en ninguna parte que Jesús haya cambiado el sábado por el domingo ni por ningún otro día.13 AJ abordar este tema los escritores neotestamentarios no tratan la cuestión de si debía o no guardarse el sábado, sino la cuestión de cómo guardarlo. Por eso Cristo sana especialmente en sábado. Todas las curaciones realizadas en ese día afectan a enfermos crónicos. Ninguna se refiere a un caso de urgencia. Pudo haberlas realizado otro día, pero no lo hizo. Sanó en sábado porque no había mejor día para hablar de liberación. Para él la solidaridad en acción tiene más valor que el reposo pasivo. Celebrar debidamente el sábado no consiste tanto en dejar de actuar como en disfrutar de la comunión con Dios y con nuestros semejantes, o actuar en su favor. Cristo se considera todavía señor del sábado (Mar. 2:27,28). Nada permite deducir que respetase el sábado porque era judío. Lo hizo, sin duda, por la misma razón por la que respetó los demás mandamientos: porque estaba convencido de su bondad. Si nosotros seguimos necesitando la paz del reposo sabático, su objetivo se cumple cuando lo vivimos con su autor, como celebración gozosa de la nueva vida que él nos ha dado. Los que entienden la realidad espiritual del reposo (Heb. 4) adoran a Dios, no al sábado. Disfrutan de su comunión en ese día en lugar de mortificarse con una
lista de privaciones. Disfrutan de sus beneficios como un anticipo de la felicidad plena del más allá.

Algo más que descanso
Probablemente la conquista más umversalmente acogida de la legislación bíblica es el descanso semanal. Este día de asueto, que no se explica ni por las fases de la luna, ni por ningún ciclo aparente de la naturaleza,14 es sin duda una de las instituciones más originales, hasta hoy irreversible, de la historia
de la humanidad.15 Aparte de Israel, ningún otro pueblo de la antigüedad conocía la semana de siete días, ni mucho menos tenía la costumbre de guardar un día entero de reposo semanal. Ni siquiera los romanos, que tenían un calendario muy complejo, con numerosas fiestas y una serie de días fastos y nefastos en los que se abstenían de ciertas actividades, jamás imaginaron descargar de su trabajo a los esclavos o a los animales un día de cada siete. El valor humanitario del sábado es innegable. La prueba es que todos los pueblos del mundo han reconocido y adoptado la institución, aunque adaptándola a veces a otros días, en particular al viernes y al domingo. Es interesante observar que en los textos sagrados, el sábado no aparece como una fiesta hebrea sino como un día perteneciente a la humanidad entera (Gén. 2:1-3), como si el ritmo de seis días de actividad y uno de reposo fuese inseparable de la estructura prevista para la vida humana, ya que el reposo es una necesidad de la que nadie puede privarse sin daños, para reponer periódicamente las energías perdidas. Sin embargo, el concepto hebreo de «descanso» (shabbat) representa mucho más que una simple interrupción de la actividad o la cesación de un esfuerzo, al igual que el concepto bíblico de «paz» (shalom) supone mucho más que la ausencia de guerra, puesto que incluye también armonía y plenitud. El mandamiento no se justifica solamente en el plano laboral. El interés de un día libre cada semana, en el que se detienen las actividades habituales para dar lugar a la serenidad interior desborda también el ámbito de lo jurídico. La raíz hebrea shbt, que da «reposar» y «sábado», quiere decir además de «cesar», «tomar aliento» y, por consiguiente, «tomar tiempo», para hacer a algo diferente o especial.16 Estas expresiones son las que se aplican a Dios después de su labor creadora: «En efecto, en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, y el séptimo día descansó (shbt)» (Éxo. 31:17, NVT). Durante el shabbat, el hombre deja por un día su lucha por sobrevivir y «tener para disfrutar plenamente de «ser».17 Y es que la razón última del sábado bíblico, por encima de lo laboral o humanitario, es de índole espiritual (Sal. 46: 10). Se trata de una conmemoración
a la vez de la creación y de  la liberación de Egipto (Éxo. 20: 8; Deut. 5:15). Al recordar al Dios Creador, el sábado refuerza el sentimiento de fraternidad con lo creado. Al recordar al Dios Liberador, el sábado aleja la tentación de la opresión. Cuanto más enfrascados en nuestros proyectos,  mayor peligro corremos de olvidar el lugar que ocupamos en el mundo. La tregua del sábado nos lleva de la esclavitud del trabajo a la libertad del descanso, 18 y nos advierte que nosotros también dependemos del Creador.  El descanso propuesto es total, físico, laboral y espiritual (Deut. 5:14; Eze. 23:12). Este paréntesis periódico en el tiempo está ahí para ayudarnos a gozar lo que no podemos disfrutar tan intensamente entre semana porque estamos demasiado ocupados. El día, que abarca desde el atardecer del viernes hasta la puesta de sol del sábado, ha sido «santificado», es decir, consagrado a Dios para no ser vivido como el tiempo común, y «bendecido», es decir, asociado a privilegios especiales (Gén. 2:3) y a una experiencia de plenitud.

1. El sábado es el día personal de la libertad: «Ten en cuenta el sábado para consagrarlo al Señor, tal como el Señor tu Dios te lo ha ordenado. Trabaja seis días y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el séptimo día es día de reposo consagrado al Señor tu Dios. No hagas ningún trabajo en ese día, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu asno, ni ninguno de tus animales, ni el extranjero
que vive en tus ciudades, para que tu escl avo y tu esclava descansen igual que tú. Recuerda que también tú fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor tu Dios te sacó de allí desplegando gran poder. Por eso el Señor tu
Dios te ordena respetar el día sábado» (Deut. 5:12-15, DHH). 

2. El sábado es el día señalado especialmente para la adoración comunitaria: 
«Trabajarás durante seis días, pero el día séptimo no deberás hacer ningún trabajo; será un día especial de reposo y habrá una reunión santa. Dondequiera que vivas, ese día será de reposo en honor del Señor»
(Lev. 23: 3, DHH). «Te alegrarás delante de Jehová, tu Dios, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, el levita que habita en tus ciudades, y el extranjero, el huérfano y la viuda que viven entre los tuyos, en el lugar que Jehová, tu Dios, haya escogido para poner allí su nombre» (Deut. 16:11).

3. El sábado es el día de disfrutar la felicidad espiritual: 
 «Si dejas de profanar el sábado, y no haces negocios en mi día santo; si llamas al sábado "delicia",
y al día santo del Señor, "honorable"; si te abstienes de profanarlo, y lo honras no haciendo negocios ni profiriendo palabras inútiles, entonces hallarás tu gozo en el Señor; sobre las cumbres de la tierra te haré cabalgar, haré que te deleites en la herencia de tu padre Jacob» (Isa. 58:13-14).

4. El sábado es un signo visible de la alianza entre Dios y su pueblo: 
«Guardarán,  pues, el sábado los hijos de Israel, celebrándolo a lo largo de sus generaciones como un pacto perpetuo» (Éxo. 31:16; cf. Eze. 20:12). Aceptar el reposo de Dios es asumir el espíritu de la alianza. Sus funciones bienhechoras dependen de la actitud con que se practica. Si es necesario abrirse al plano de la fe para acoger los valores espirituales del sábado, la experiencia personal de la «tregua sabática» resulta indispensable para llegar a apreciarlos. Solamente los que han saboreado alguna vez un verdadero
shabbat conocen las satisfacciones que procura. Sería imposible, en el reducido marco de este espacio, hacer justicia a los numerosos teólogos y pensadores que han profundizado en las bendiciones del sábado. Me limitaré, a título de ejemplo, a citar algunas reflexiones entresacadas del magnífico libro de Abraham Joshua Heschel sobre el significado del sábado para el hombre moderno:

«En el océano tormentoso de nuestro mundo existen todavía algunas islas de paz donde el hombre puede retirarse y recuperar su dignidad. Una de ellas es el sábado, el día de la liberación. Liberación de las máquinas y de los negocios, para dejar actuar al espíritu. Cansados de tener que luchar día tras día contra la banalidad o de tener que sufrirla, aspiramos al sábado como quien regresa a su patria, a su gente, o a su puerto. Liberados de nuestras ocupaciones ordinarias, el sábado podemos vivir según nuestras aspiraciones más profundas.  »EI sábado nos libera de nuestras servidumbres laborales seamos ricos o pobres.
Durante toda la semana nos preocupan nuestras realizaciones, nos inquietan nuestros proyectos, nos angustian nuestros, objetivos. El sábado es gracia, es amor y es paz [...]. Un día sin tensiones, afanes ni tristezas». Cuando nos dejamos acaparar por las necesidades materiales tendemos a descuidar las espirituales. De ahí el valor inestimable de un período de tiempo empleado menos en poseer que en dar, en dominar que en compartir, en someter que en ponernos de acuerdo.20 El retomo periódico del sábado
recuerda, más que ningún otro símbolo, que la libertad depende precisamente del respeto de ciertos límites. Cada seis días una tregua interrumpe la agitación o la rutina de nuestras tareas. Haya habido tiempo o no de concluir los negocios, recoger las cosechas o terminar los proyectos, un alto en el camino nos descarga y libera de todas las servidumbres (Deut. 5:15). 
Con sus dos dimensiones de comunión con Dios y con el prójimo, el séptimo día es más que una simple tregua en el quehacer humano. Más allá del ritmo natural entre trabajo y reposo, el sábado trasciende el curso del tiempo y lo inscribe en una perspectiva de eternidad.21 Recordándonos nuestra responsabilidad
ante lo creado, el  sábado nos invita a evaluar semanalmente nuestras obras y a presentárselas a Dios como una ofrenda. 
El hecho de dejar de lado las tareas cotidianas nos deja libres para emprender otras y adoptar un ritmo vital más sereno. El sábado es el momento de volver a afinar nuestra armonía espiritual y de sintonizar plenamente con el Creador en un mundo secularizado. Es el día idóneo para disfrutar de familia y amigos, de dedicarnos sin prisas, intensa y alegremente a compartir, charlar, pasear, leer, escuchar música, meditar, orar, amar y tantas otras cosas. Su tregua nos libera —en el sentido más básico de la expresión— para revitalizar los recursos interiores que se atrofian por desuso, y nos ayuda, en última instancia, a descubrir quién es el amo y quién es el esclavo de nuestra existencia.22 Santificar el sábado consiste en reservar un espacio en el tiempo, del mismo modo que se construye un templo en el espacio. Y así como en el templo no cabe cualquier actividad, en el tiempo santificado tampoco. Si el sábado es un templo en el tiempo, santificar ese tiempo consiste en abandonar las preocupaciones habituales, la rutina, la agitación y el estrés de la obsesión del rendimiento o de la búsqueda trepidante de distracción, para abrirse a lo esencial y permitir que la dimensión de eternidad confinada en nuestro espíritu se expanda libremente. Jesús observa el sábado y los primeros cristianos lo siguieron observando, hasta que, por presiones paganas y consideraciones políticas antijudías lo fueron sustituyendo por el domingo, día del sol23 Desde que en tiempos de Constantino
el cristianismo se impuso como religión del Estado, la pureza de la fe original ha sido víctima de constantes alteraciones, que han acabado siendo asumidas por inercia. Hoy, conscientes de estas desviaciones, se impone un retomo a las fuentes para recuperar los valores perdidos. Redescubrir las ventajas de la primacía
de lo espiritual sobre los demás valores humanos, nos devolvería las bendiciones del sábado y el placer y la plenitud de sus dimensiones olvidadas. «No cabe duda —afirma la teóloga católica Marie Vidal— de que los apóstoles y discípulos de Jesús amaban y practicaban intensamente el día de shabbat. No cabe duda de que la iglesia primitiva tenía en estima el fervor del shabbat. Sin embargo, más tarde, algunos episodios sabáticos del Evangelio empezaron a recibir una lectura negativa. Esta lectura obedecía en cierto modo a una voluntad deliberada de presentar la práctica del shabbat bajo una coloración malintencionada. Quizá un día la iglesia reconozca que se equivocó, y tome conciencia de que al menospreciar el sábado ha menospreciado a Jesús».

1 Abraham Heschel, Les Bátisseurs du Temps [Los constructores del tiempo] (París: Ed. de Minuit, 1957), p.29.
2 m„ pp.106,107.
3 «Las horas designadas para el sacrificio matutino y vespertino se consideraban sagradas y llegaron a observarse como momentos
dedicados al culto por toda la nación» (Elena G. de White, Patriarcas y profetas, [Mountain Víew, Pacific Press, 1961 ], p. 367.
Sin embargo, la costumbre generalizada en la Biblia es orar, no dos sino tres veces al día, mañana, mediodía y tarde (Sal. 55:
18; Dan. 6:11).
58 • CRISTO Y L A . LEY
4 Éxodo 27: 20. A ía luz del Nuevo Testamento, el sacrificio de cada día simbolizaba «la consagración diaria a Dios de toda la
nación, y su constante dependencia de la sangre expiatoria de Cristo», White, op.cit. p. 365.
5 Heschel, op. cit. p. 29.
6 Éxo. 20: II; Gén. 2: 2-3; Sal. S: 4; 102:26; Jer. 10:16; Isa. 64:7; etc.
7 Prov. 18: 9; 6: 6; 20: 4; 14: 23; 28:19; 10: 4; 12:24. No es extraño que los israelitas se hayan destacado como un pueblo laborioso,
creativo y amante del estudio.
8MekhSbY20:9; GnR.I<5:8 .="" p="">
9 Según el Talmud (Shab 118a) este mandamiento prescribe la obligación del trabajo a la vez que prohibe depender de otros
voluntariamente para subsistir. «Quien disfruta trabajando es mayor que quien solo teme a Dios» (Ber 8a).
10 Ningún texto bíblico especifica el trabajo a evitar durante el Sabbath. El Talmud detallará mucho más tarde una lista de treinta
y nueve acciones prohibidas (Sab 7:2).
11 Clifford Goldstein, A Pause for Peace (Boise: Pacific Press, 1992), p. 16
12 Sobre este interesante tema véanse las obras de Samuele Bacchicchi: From Sabbath to Sunáay (Universidad Pontificia de Roma,
1977) y Reposo divino para la inquietud humana, 1980, publicado por su autor.
13 Se ha dicho que el sábado era el signo visible del antiguo pacto (Éxo. 31:13-17), mientras que el signo del nuevo es la fe. No
obstante, respetar la ley, en su profünda humanidad, forma también parte de la fe que el crecente profesa. Creer que Dios nos
ama, es abrigar a su vez la íntima convicción de que nuestro amor obediente es la única respuesta coherente a su amor. La fe
lleva al creyente a desear dedicarle más tiempo a su comunión con Dios, no menos.
14 W. Eichrodt Theoíogy of the Oíd Testament (Philadelphia: Westminster, 1961).volI,p.l33.
15 Charles Coufarlonieri. «Signification biblique du sabbat» [El significado bíblico del sábado] en Les dix commandements par dix
cardinaux |Los Diez Mandamientos explicados poi diez cardenales] (París: Cerf., 1987), p.6Q.
16 Así, por ejemplo, el rey Ezequías exhorta a los habitantes de Jerusalén a que entreguen fielmente la porción correspondiente
a los sacerdotes y levitas «para que ellos puedan dedicarse a la ley de Dios» (2 Crón. 31: 4). El verbo hebreo traducido aquí
por «dedicarse» sugiere que el tiempo no empleado en ocupaciones materiales lo sea en asuntos espirituales.
17 E. Fromm, You sfwlí Be as Gods (New York: Rinehart & Winston, 1966), pp. 195-198.
18 El ritual del principio del sábado (viernes tarde) todavía incluye los símbolos de las tres ofrendas diarias que se quemaban en
el altar: El sábado se ofrecía una medida doble de harina, de aceite y de vino (Deut. 11:13,14). Después de la destrucción del
templo, la mesa de cada hogar israelita evoca el altar del templo, donde se siguen encendiendo do velas y se bendicen dos
hogazas de pan y dos copas de vino.
19 A. J. Heschel, The Sabbath: Its Meaningfor Modem Man (New York: Harper, 1966), pp. 103-114.
20 Según el teólogo judío Heschel, el sábado «no es día ni siquiera de acusarse, de arrepentirse, de pedir por ío que nos preocupa
o por lo que deseamos. El sábado es un día de alabanza, no de suplica. Ayunos y abstinencia están excluidos. El sábado interrumpe
el luto, la pena, la fatiga y hasta el agobio de servir a Dios» {op. cit, p. 3).
21 S.RHirsch, Commentaire du Pentateuque ¡Comentario al Pentateuco) (New York: The Judaic Piess, 1986), p,381; Renunciando
a dominar la creación, aunque sólo sea un día de cada siete, el hombre recuerda que «la naturaleza no es la mediadora entre
Dios y los hombres; son los hombres los mediadores entre la naturaleza y Dios». Cf. E. Levinas, Itanscendance et intelligibilité
[Trascendencia e inteligibilidad] (Ginebra: Labor et Fides, 1984), p.45.
22 Como la luz se distingue de la oscuridad iluminándola y dándole vida..., asimismo el séptimo día se distingue de los seis días
laborables perneando con su espíritu el resto de las actividades semanales más allá de sus confines. Ver E. Fromm, op.át.
pp.195-198.
23 Véase Samuele Bacchíocchi, From Sabbath to Sunday (Roma: Instituto Bíblico Pontificio, 1976); Reposo divino para la inquietud
humana (Berrien Springs, 1980).
24 Marie Vidal, Le JuifJáus et le Shabbat [lesús y el sábado judío] (París: Albín Michel, 1997), p. 20.


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