Esa mañana discutíamos acerca de calificaciones con los alumnos de una de mis clases universitarias. Les pregunté:
- ¿No preferiríais ustedes que todos los alumnos de la clase obtuvieran una calificación de “A” sin tomar en cuenta el grado de empeño que le pongan a su trabajo? ¿O preferirían recibir una «A» únicamente cuando se hayan esforzado mucho por lograrla?

- Bueno, preferiríamos trabajar fuerte por nuestras calificaciones me contestaron píamente.


El perdón es gratuito, pero no es barato
¡No les creí! Cada vez que les anunciaba un examen había escuchado sus quejas y reclamos habituales. Estaba acostumbrado a oír sus excusas por no haber terminado un trabajo a tiempo. Había tenido paciencia con algunos que siempre estaban dispuestos a alegar el día entero para conseguir un punto extra. Les dije:

- ¡Vamos muchachos! ¡Sólo están tratando de impresionarme! Sean honestos. ¡Por esta Respuesta no les voy a dar ninguna calificación! ¿No preferirían que su promedio de notas fuera más elevado? ¿Por qué no habría de ser una buena noticia para ustedes si cada miembro de esta clase tuviera garantizada una calificación máxima?
- Tal vez no aprenderíamos mucho -observaron-. No retendríamos tanto. No podríamos apreciar una calificación por la cual no hubiéramos trabajado.
¡Y no pude hacerlos alterar su posición!
¿Está usted de acuerdo con esos estudiantes? ¿Qué cosa es de más valor para usted, la que recibe como regalo, o aquella por la cual ha tenido que trabajar?

Si el propietario de su casa de alquiler paga la cuenta del agua, ¿tiene usted más cuidado al usarla, o la gasta más indiscriminadamente? ¿Es más cuidadoso al escribir un sobre con membrete de la compañía, de lo que es al usar el suyo propio en la casa? Si alquila un automóvil con kilometraje ilimitado, ¿aprovecha para manejarlo más o menos? Cuando viaja con gastos pagados, ¿elige para descansar el mismo hotel donde dormiría con su familia durante las vacaciones?

Si es verdad que los seres humanos tienden a valorar más las cosas por las cuales han trabajado, ¿entonces por qué Dios no estableció un sistema de salvación mediante las obras? ¿Cómo podremos apreciar realmente el perdón o el arrepentimiento o el cielo al fin, si lo podemos recibir únicamente como un regalo?.

Romanos 6:23 declara: “La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. Hechos 5:31 dice: “A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados". De modo que el arrepentimiento y el perdón y la salvación son regalos, no algo que podamos ganar o merecer. ¿Cómo, pues, podremos valorarlos en forma verdaderamente adecuada?

Para encontrar la respuesta a este dilema, necesitamos comprender la naturaleza del perdón. En El discurso maestro de Jesucristo, página 97, se lo describe de la siguiente manera: “El perdón de Dios no es solamente un acto judicial por el cual libra de la condenación. No es sólo el perdón por el pecado. Es también una redención del pecado. Es la efusión del amor redentor que transforma el corazón».

De modo que el perdón no es un mero acto judicial. Es más que la purificación de los libros del cielo. Es más que un movimiento de la cabeza hacia el cielo. Es la restauración de una relación con una Persona. Es una transacción de amor.

El amor hace que las cosas sean diferentes, aun a nivel de los seres humanos, con respecto a la dádiva y la aceptación de regalos. Un niño puede armar trabajosamente algún objeto feísimo hecho de engrudo y de palitos de paletas de helados, y los padres lo considerarán valioso en virtud del amor, a pesar de la falta de valor intrínseco. Cuánto más valoraríamos un regalo si tanto éste como el dador fueran importantes para nosotros.

Supongamos que ha tenido que internarse en el hospital enfermo de los riñones, y para salvarle la vida su hermano ofrece donarle uno de sus riñones. ¿Le diría usted: “Quiero apreciar este riñón como se debe, así que te ruego que me permitas pagarte quinientos dólares por él”? ¡Qué insulto! El hecho de que el regalo encierra un valor tan grande 'para nosotros y que es ofrecido por alguien que nos ama demasiado, lo transforma en algo de valor inapreciable.

El amor hace la diferencia. La necesidad también hace una diferencia. Si usted se estuviera ahogando, y alguien le alcanza un salvavidas, ¿le diría: «Espere un momento. Cómo le puedo pagar este favor? En realidad no puedo apreciar este salvavidas a menos que trabaje para merecerlo ». Por supuesto que no, porque su gran necesidad no le permite pensar de ese modo.

A pesar de que el perdón es gratuito, ¿qué le impide ser barato? Es el reconocimiento de nuestra necesidad desesperada. Es la comprensión de cuánto tuvo que pagar el Cielo para ofrecemos este don. Es el reconocimiento del amor que envuelve el regalo, es decir, el profundo anhelo de reconciliarse con sus hijos, expresado por el corazón del Padre. Con una necesidad como la nuestra, y un amor como el suyo, sólo un regalo es apropiado.

Morris Venden,
95 Tesis acerca de la justificacion por la fe, Tesis 35



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